Cantantes y Bandas de Bullerengue
El lenguaje histórico del pueblo afrocolombiano tiene en el Bullerengue una de sus máximas expresiones estéticas, sonoras y corporales. Siendo tradición oral, canción, danza, juntanza y entorno, el Bullerengue lleva en su espina dorsal todas las experiencias de una afro diáspora, de un asentamiento, de un cimarronaje, de una autodeterminación y de un reconocimiento ancestral afro. Este baile cantao’ es la descripción melódica y poética de la geografía ribeñera, cienaguera, y costeña, a partir del cual camina y se transmiten la idiosincrasia sentipensante de las geografías habitadas por los pueblos afrodescendientes y afrodiaspóricos en la costa Caribe de Colombia. Es en su oralidad y corporalidad donde se instrumenta y se tejen unas memorias colectivas de la afrodescendencia, no solo a partir de los eventos desencadenados por la esclavización forzada sino también recogiendo como matriz de inspiración la ritualidad proveniente de África, los significados del sentir y el elogio a la vida. Posteriormente, el cimarronaje fomentó unos enclaves propios de la huida ante las condiciones de opresión y los anhelos de autodeterminación cultural, y desde esos puntos geográficos en los Palenques y sus alrededores, el Bullerengue llegó a El Darién y parte de los que conocemos como Panamá, y también se expandió de la mano de sus movimientos poblacionales hacia la zona del Urabá antioqueño, propagándose de la costa noroccidental colombiana.
Con una valoración social a veces despectiva, el Bullerengue estuvo asociado a una concepción reprobada de la “bulla”, y según los relatos orales es de donde viene su nombre. Sin embargo, también por ello ha cargado un estigma racista y clasista en donde se examinaba con lupa su origen afro y palenquero, y se asociaba con el desorden, con lo inmoral e incluso con la brujería. Aun así, el Bullerengue se ha fortalecido como un poderoso lugar de enunciación que desde los ritmos y cantos tradicionales, se exalta una reivindicación por la memoria afrodescendiente en Colombia, una importancia de los vínculos corporales con la poética evocación de su ancestralidad, y por supuesto una orilla política que exige el reconocimiento de derechos humanos ante una deuda histórica trazada por la discriminación racial. Comprender el Bullerengue como un canto a la riqueza de la cotidianidad y al mismo tiempo su trascendental argumento para el reconocimiento de las diversidades étnicas y raciales en Colombia, puede ser el camino a vislumbrar que la historia de los afrodescendientes en América no inicia con la esclavización forzada y que la construcción de sus identidades en América han sido el principal insumo de nuestra cultura latina, caribeña, afro y mestiza.
Por el cuerpo y las extremidades pasa el Bullerengue como una performancia de los sentidos corporales, y a través de ellos se transmite su sabiduría y su legado generacional. Por medio del ritmo marcado por palmas y tablillas, y tambor llamador en un juego de tiempo y contratiempo, acompañados del baile de la totuma y adornada por exaltadas figuras del tambor alegre, el Bullerengue toma cuerpo en la sonoridad, las caderas siguen un acompasado vaivén, las polleras se bandean y los pies se arrastran vertiginosamente. Cantando tonadas entre versos y coros, las cantadoras son las mujeres mayores que replican por años la sabiduría ancestral que lleva el Bullerengue, y generaciones que continúan con su legado giran en torno a su figura como las lideresas de las ruedas y los encuentros bullerengueros. A partir de estas sabias mujeres y su ascendente en sus comunidades es que se convoca este sentir, aportando significativamente a estas prácticas del vivir en medio de la música como epicentro de vida en las áreas del Caribe noroccidental. Bullerengue sentao, Chalupa y Fandango e’ lengua, este último también conocido como Pajarito, son las variantes de este género que, entre otras cosas, se pueden diferenciar por el toque del tambor llamador, el lereo o lamentos, y las formas de ejecutar su baile.
Con el objetivo de realizar un artículo que narra las maneras en cómo el Bullerengue cala y configura a profundidad las formas de vida de quienes habitan sus territorios, hablamos con Juan Guillermo Gonzáles Zapata, un bailarín oriundo de Necoclí, Antioquia, quien rememora su niñez y juventud a ritmo de palmas y lereo bullerenguero. Descendiente de familias que han mantenido la tradición de la danza y la música como practicas infaltables en las creación de sus entornos sociales, Juan Guillermo se adentró al Bullerengue como su primera posibilidad de comprensión cultural, como la construcción y permanencia de un tejido familiar, y principalmente gracias a su abuela paterna. “Ese era nuestro entretenimiento, desde muy corta edad. Coger cangrejos en la playa e ir a las ruedas de Bullerengue. En Necoclí, se hacía Bullerengue para todas las ocasiones. Si había un entierro, si había un nacimiento, o si había un matrimonio. También se convocaban las ruedas usualmente los viernes en las tardes en la playa y ya con el tiempo se institucionalizaron, y había tarimas para que los grupos más tradicionales y representativos hicieran sus puestas en escena. En las ruedas, los tamboreros se ubicaban en el centro y la cantadora a lado de ellos, porque a veces ella no solo era la voz principal, sino que también salía a bailar. Alrededor se ubicaban todos y todas las bailadoras y coristas. A medida que la gente disfrutaba no solo las ruedas en la playa sino también en las tarimas, su estructura empezó a cambiar y pasó a ser una media luna, con el fin de integrar al público espectador”. Juan Guillermo conserva en sus recuerdos los eventos sociales en los que se vivían los ánimos de hacer un Bullerengue. “El Fandango e’ lengua, por ejemplo, ameniza los nacimientos, mientras que si hay un velorio, se hacen ruedas de Chalupa, y cuando hay celebraciones como matrimonios o fiestas del pueblo, se toca lo que digan las cantaoras, las matronas del Bullerengue.” Su abuela, Elismary Altamar, descendiente directa y cercana de africanos que llegaron esclavizados a este territorio, es una de las tantas mujeres que reconocen en el Bullerengue la noción de comunidad étnica, la cual construye y oxigena el tejido de las identidades compartidas como maneras de resistir ante condiciones de desigualdad social y ante el olvido. Son las mujeres mayores el punto de partida y encuentro de las narraciones orales del Bullerengue. Por medio de las letras que cantan en sus composiciones hablan de la vida cotidiana, de la maternidad, del dolor ante los horrores de la guerra y también la resiliencia que les permite mantenerse como robles y pilares de sus comunidades. “Cuando las cantadoras mueren es todo un suceso en los pueblos. Se velan y se rezan con Bullerengues. Bullerengues compuestos por ellas, quienes muy sabias ya intuyen cuál es el momento de escribir las letras para su despedida.” Su subjetividad, sus experiencias, su sensibilidad, su entorno, sus relaciones interpersonales, son la fuente de inspiración que nutren sus cantos, y de ellas parte la conservación del Bullerengue como memoria viva y colectiva de todo lo que reconocen como comunidad.
Los Festivales de Puerto Escondido, Necoclí y María la Baja han sido una de las maneras cómo el Bullerengue se ha sido conocido a nivel nacional e internacional. Es un espacio de encuentro donde convergen las maneras de vivir el Bullerengue en lugares como Turbo, San Juan de Urabá, Chigorodó, Uveros, Carepa, María La Baja, Necoclí, los territorios históricos y vivos de la creación bullerenguera. Asimismo, son posibilidades de aprendizaje, de inmersión cultural y visibilización de esta fuente de vida atemporal e inmarcesible ante la necesidad de respetarles y reconocerles.
El Bullerengue tiene amplias posibilidades de expandirse como imaginario cultural. Dentro de él se plasman todas las relaciones sociales y los paradigmas de la vida de una cultura que tiene dentro de sí la resistencia. La vida que va a contracorriente y que se ameniza con el ritmo de los días pasando, celebrando la existencia y aplaudiéndola a ritmo acompasado. Su espíritu siempre ha sido libre y desafiante, como la estirpe que le dio lugar, y sigue movilizando a la necesidad de reconocer los otros mundos y cosmogonías posibles, así como la inminente necesidad de luchar contra el racismo estructural. De su misma irreverencia es que nace su pariente más moderno, la Champeta. El Bullerengue, en especial la Chalupa, ha sido la fuente de inspiración para crear la simbiosis rítmica con aires musicales afroantillanos como Soukous, Soca, Zouk, generan una amalgama de redes musicales y fortaleciendo las identidades compartidas.
A continuación, algunos cantantes y bandas de Bullerengue:
Alma Negra
Antonio Berdeza
Bulla en el Barrio
Bulla y Tambó
Ceferina Bánquez
Eloísa Garcés
Emilia Herrera "Niña Emilia"
Emilsen Pacheco
Etelvina Maldonado
Eulalia González
Eustiquia Amaranto
Febe Merab
Feninsides Agamez
Fernanda Peña
Graciela Salgado
Isabel Julio
Jaiber Pérez
Jhonny Rentería
Juana del Toro
Juana Rosado
Las Alegres Ambulancias
Magín Días
Manuela Torres
Maria Mulata
Mathieu Ruz Lobo
Matilde Díaz
Mayo Hidalgo
Nicómedes Santa Cruz
Orito Cantora y la Chalupa
Pabla Flórez
Paito
Palmeras de Urabá
Petrona Martínez
Rosita Caballero
Son Palenque
Tonada